Programa de prevención e intervención precoz en adolescentes y jóvenes con trastorno limite de personalidad.
ÍNDICE
La personalidad en construcción:
El desarrollo de la persona desde la más tierna infancia, supone una construcción progresiva de lo que en un futuro denominaremos personalidad. Todos tenemos la experiencia de hijos, sobrinos, niños que hemos conocido en otros contextos, qué son muy diferentes unos a otros.
Sabemos que la personalidad disfuncional se ha desarrollado de forma compleja, con una combinación de predisposición de origen genético y dificultades ambientales. Todo esto provoca que vaya consolidándose de forma anómala, presentando dificultades en la sensación de armonía e integración interna, dificultades en las relaciones con los demás y en la adaptación social.
Hablaba antes de estas disposiciones genéticas que condicionan una vulnerabilidad y una predisposición a determinado tipo de comportamiento. Queremos explicarles que hoy en día sabemos que el temperamento, viene determinado por una serie de rasgos y disposiciones biológicas, que se manifiestan y se van desarrollando en un contexto relacional. Las primeras manifestaciones que demuestran la importancia e intensidad de las relaciones interpersonales, se producen con las figuras de apego (padre y madre generalmente). La relación que se establece con ellos, va a configurar la matriz relacional sobre la que posteriormente se van a ir construyendo posteriores patrones de relación interpersonal, pero esta relación de apego es la matriz inicial que nos va a marcar el cómo nos desenvolvemos en el baile de las relaciones interpersonales.
El torbellino de la adolescencia:
La adolescencia es bien conocido por todos qué es el periodo de la vida dónde se produce un mayor cambio y evolución de la personalidad. Es un auténtico torbellino emocional, en el que se producen cambios a nivel biológico hormonal, integración social con nuevos compañeros, formando grupos muy cohesionados. En este periodo adolescencial, no es nada extraño que existan enfrentamientos frecuentes con los padres, un proceso de distanciamiento del núcleo familiar y de integración en contextos sociales que contribuyen a ir desarrollando una identidad diferente a la que venían teniendo hasta ahora. Ese proceso no es nada fácil, además estamos en un momento social e histórico, económico y además en un momento de pandemia COVID qué ha afectado a los jóvenes de manera muy significativa.
En este contexto no es de extrañar que surjan con mayor frecuencia problemas de personalidad o que la personalidad de los adolescentes evolucione y tenga que buscar su integración y coherencia de una forma más difícil.
Indicadores precoces:
Recientemente se ha publicado un estudio sobre cuáles son los comportamientos precursores en niños de 11 años, que pueden estar relacionados con ser diagnosticado de trastorno límite de personalidad cuando llega a los 23 años (Cramer 2019).
En primer lugar, el estudio parte de un principio teórico fundamental, el que la evolución de la personalidad normal y la personalidad disfuncional son 2 polos de un continuo. Podemos denominar este continuo, como una dimensión que la podemos definir como un perfil limítrofe. Este viene caracterizado por emociones intensas negativas, inestabilidad afectiva, impulsividad y agresión. Hay, además, otras características que pueden incluir: una falta de compromiso con el cumplimiento de las normas, una integración pobre del sentido del sí mismo, sentimientos de vacío y dificultades para construir relaciones estables y duraderas con los demás.
Hay una serie de comportamientos que se correlacionan de forma positiva con el diagnóstico trastorno límite de personalidad a los 23 años como son: tendencia a saltarse los límites, facilidad para ser el centro de atención, ser inquieto e intranquilo, emocionalmente lábil, le cuesta retrasar la gratificación y hay cierta tendencia a mostrarse de forma hostil.
Por el contrario, hay una serie de características de los niños de 11 años que se correlacionan de forma negativa con el diagnóstico de trastorno límite de personalidad a los 23 años, y estas son: mostrarse como una persona de ayuda y cooperadora, se muestra y responde de forma razonable, es persistente no se rinde con facilidad, suele ser alguien que cuida su apariencia de forma limpia y ordenada, es obediente y complaciente, con capacidad de mantener la atención y de concentrarse, suele tener planes y pensar en el futuro, es reflexivo.
Podemos sintetizar que hay dos rasgos fundamentales qué alertan de una posible evolución negativa cómo son: la impulsividad y la tendencia mostrarse disconforme con el contexto y reaccionar de forma agresiva.
Las cosas no van bien:
El TLP en el adolescente tiene su comienzo en un periodo entre la pubertad y el adulto emergente (personas jóvenes) (Chanen, A 2013), un retraso en el diagnostico y en el tratamiento es lo habitual, y la discriminación hacia las personas con el TLP está extendida.
Está personalidad desadaptada, disfuncional, hoy en día sabemos que no es necesario esperar a los 18 años para realizar el diagnóstico. Es más, cuanto antes identifiquemos qué está habiendo un desarrollo anómalo de la personalidad, que se están produciendo síntomas de malestar psicológico individual, dificultades en las relaciones interpersonales, tanto a nivel familiar como fuera del núcleo familiar, desadaptación al contexto educativo, tenemos el aval de investigaciones científicas que demuestran qué hay riesgo de que estos síntomas evolucionen a un problema de personalidad más serio, que generen más sufrimiento si no se trata adecuadamente.
Como hemos visto antes, hay algunas manifestaciones que a lo largo de la más temprana adolescencia pueden indicar la presencia de comportamientos que nos deben de hacer estar alerta sobre la evolución de los mismos.
Los criterios diagnósticos que se utilizan para establecer la presencia o no de un diagnóstico de trastorno límite de la personalidad en la adolescencia, son los mismos que en el adulto. En el apartado de descripción del TLP pueden consultarlos. En este momento existe un consenso basado en la evidencia de que el trastorno de la personalidad límite es un constructo fiable, valido, común y un trastorno mental tratable (Leichsenring F 2011).
Hay síntomas inespecíficos que se pueden ver en cualquier otro adolescente, cómo es las dudas en cuanto a su identidad, los complejos en relación a su imagen física o dudas sobre su autoestima, las alteraciones emocionales leves, problemas relacionales y dificultades adaptación a la convivencia familiar o escolar.
Pueden aparecer síntomas de mayor importancia cómo cambios emocionales bruscos, hiperreactividad a los estímulos, dificultad de control de su comportamiento con conductas de difícil manejo vinculadas a la hostilidad, sintomatología de características depresivas o ansiosas. No es extraño que se presenten alteraciones de la conducta alimentaria, comportamientos de tipo obsesivo y compulsivo y a todo ello pueden sumarse síntomas de mayor seriedad como son: las conductas agresivas con los demás, comportamientos desafiantes y hostiles, autolesiones, amenazas suicidas en ocasiones y en casos de mayor seriedad pueden presentarse intentos de suicidio.
A muchos adolescentes, debido a la sintomatología variada que pueden presentar, se les diagnóstica de otras cosas como: consumo de tóxicos, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos de tipo afectivo, trastornos de conducta inespecíficos. Hay muchos profesionales que no se plantean el diagnosticar a un adolescente 16 años un trastorno límite de la personalidad, algunos profesionales piensan que esto es estigmatizar al adolescente, otros manifiestamente están en contra y no se plantean este diagnóstico y otros por desconocimiento de que puede realizarse este diagnostico a tan temprana edad.
Si sabemos que, cuanto antes se haga el diagnóstico y se intervenga mayor es la posibilidad de que evolucione favorablemente. Recientemente, algunos autores (Chanen 2017) plantean que la intervención precoz en el trastorno límite de la personalidad es una nueva prioridad en la salud pública. Los tratamientos específicos se ofrecen habitualmente tarde en el curso evolutivo del trastorno, a muy pocos sujetos, y frecuentemente de una forma que resulta inaccesible, desarrollándose en servicios altamente especializados y caros (Chanen AM 2015). La evidencia acumulada indica que esta intervención tardía lo que produce es un refuerzo del deterioro funcional, la discapacidad y el nihilismo terapéutico.
Intervenir de forma precoz con los jóvenes para ayudarles en este proceso y colaborar a un menor sufrimiento individual y facilitar su proceso de maduración y adaptación al contexto, es una urgencia sabiendo además que los jóvenes son el futuro de la sociedad y que su sufrimiento en ocasiones puede llevar a consecuencias dramáticas. Las adversidades tanto personales, como sociales y las consecuencias económicas del TLP son severas. Incluyen una disfuncionalidad persistente (Gunderson JG 2011), y un coste familiar y de cuidados muy elevados (Bailey RC 2013), educación incompleta con bajo nivel de cualificación y un nivel de desempleo desproporcionalmente alto (Chanen AM 2015) y deterioro de la salud física (El-Gabalawy R 2010).
La intervención precoz:
Sabemos que existen programas de intervención eficaces, que pueden redirigir esa personalidad que se ha construido con dificultad, ayudándola a evolucionar a una personalidad más flexible, integrada, coherente, con mayor bienestar personal, mejor capacidad para relacionarse con los demás y adaptarse al mundo que la rodea.
Sabemos que hay diferentes formas de tratamiento de las dificultades de personalidad en el adolescente, todas ellas deben de ir enfocadas y mirar al futuro, favoreciendo que el adolescente sea capaz de ir construyendo de forma más integrada y coherente su personalidad en proceso de maduración. Que vaya dando forma al futuro que desea construir dentro de las posibilidades que el tenga y de las que el contexto le dé. Antes comentábamos el momento difícil que vivimos y lo mucho que está afectando a los adolescentes y jóvenes.
Debemos de adaptar las intervenciones para los adolescentes a este proceso de cambio tan intenso que están sufriendo. Hemos de prestar al adolescente un soporte emocional y un acompañamiento en ese proceso de maduración qué tantas dificultades le está produciendo. Las intervenciones no solo se deben de realizar en la consulta clásica, debemos de llevar las intervenciones al contexto social normalizado del barrio, actividades culturales, deportivas o del tipo que sean, que faciliten la integración del adolescente en el contexto social en el que vive. Los tratamientos han de ser integrales en los que se impliquen los adolescentes, sus familias y que sean programas de intervención terapéutica que se insertan en la comunidad y el barrio.
En el apartado correspondiente a tratamientos están recogidos aquellos que han demostrado su eficacia el trastorno límite de la personalidad tanto en adultos como en adolescentes.
Todo tratamiento debe de ir dirigido a tres ejes fundamentales: un mayor bienestar individual y evolución integrada y coherente de la personalidad, una mejora de la capacidad de las relaciones interpersonales y una mayor adaptación a nivel social. Estos tres ejes deben de guiar los programas terapéuticos. Pretender prestar solo atención a los jóvenes realizando exclusivamente intervenciones de psicoterapia a nivel individual en el despacho del psicólogo o del psiquiatra, es un enfoque parcial e incompleto que no le va a servir de la ayuda que le debiera de servir un programa más integrado multiprofesional y comunitario.